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Posted on Wed, Sep. 04, 2002 story:PUB_DESC
Función social del dictador

Si observamos con cuidado, comprobamos cómo todo en este mundo tiene una función positiva que cumplir --aun aquéllas aparentemente dañinas o inútiles. Por ejemplo, los molestos mosquitos alimentan a las ranas, y las picosas abejas reparten el polen para fertilizar las flores y las frutas que luego admiramos y comemos con gusto...

Por esto, siempre me había preguntado cuál sería la utilidad de nuestros dictadores, esa plaga que ha azotado la América Latina durante dos siglos. ¿Sería posible que la sabia naturaleza se hubiese equivocado, creando algo completamente inútil y nocivo? Porque, por mucho que meditara, no podía encontrar nada que pudiese justificar su presencia en este mundo. Los dictadores carecían, completamente, de función social.

Mas esta opinión cambió después que comencé a viajar a México y Venezuela. En mi Cuba, isla llana y de fácil acceso por tierra y por mar, la gente se traslada, entra y sale, con mucha facilidad. Mas en el resto de América Latina, las comunicaciones sufren de grandes restricciones geográficas. Porque existen inmensas cordilleras de montañas cuyos picos, como el Popocatépetl o el Bolívar, permanecen nevados el año entero, a pesar de estar en el trópico. Y sus grandes vías fluviales, como el Papaloapan o el Apure, se salen de sus cauces en tiempo de agua e inundan cuanto terreno los circunda, arrasando puentes y cortando vías. Sus amplios golfos y mares llenos de tiburones, como el Caribe, nos separan a unos de otros. Y hasta sus desiertos áridos e inmensos, como los de Sonora y Matehuala, aíslan lejanas zonas habitables --aunque también les sirven de protección y defensa contra el enemigo exterior, como acotara aquel presidente mexicano que dijo: ``Entre la potencia y la debilidad, el desierto...''

Y así comprendí que, debido a esas barreras naturales que nos impiden el tránsito, a veces incluso interno, y sin los recursos materiales para construir las carreteras y puentes que los vencieran, nuestros países iberoamericanos se desunían cada vez más. ¿Cómo podría, por ejemplo, un cubano interactuar con un venezolano o con un colombiano, si para hacerlo tenía que atravesar los llanos, los Andes y las aguas del Caribe?

¡Sólo por el impulso de una fuerza extraordinaria, como la impuesta por la crudeza de nuestros dictadores, lograríamos los latinoamericanos desplazarnos a otros países! Así, nuestros aparentemente inútiles dictadores, que tomaban el poder para enriquecerse y sojuzgar a la población, también impulsaban al exilio a las personalidades políticas, económicas y sociales más proactivas y preparadas, que de otro modo no habrían dejado jamás su país. Y, tras su caída a veces tardía, pero siempre segura, estas mismas personalidades regresaban con la rica experiencia adquirida en el extranjero y resultaban los mejores agentes de cambio y de progreso en sus países de origen.

Vemos, por ejemplo, en tiempos del tirano Rosas en la Argentina, cómo los Mitre y los Sarmiento salieron al exilio en Chile y EU y regresaron veinte años después para encauzar el país y enriquecer su acervo. Y cómo tras el Pacto del Zanjón, durante las guerras de independencia en Cuba, muchos altos oficiales del Ejército Libertador emigraron a la Honduras del presidente Soto, a Costa Rica o a Panamá. El mismo Martí deambuló, entre 1874 y 1880, por México, Guatemala y Venezuela, carenando finalmente en EU. Y durante las dictaduras de Trujillo y Pérez Jiménez, en Santo Domingo y Venezuela, los futuros presidentes Betancourt y Bosch vivieron exiliados en Cuba.

En la Cuba contemporánea, Fidel Castro ha mandado al exilio al diez por ciento de la población del país, que hoy deambulamos dando guerra por los cuatro puntos cardinales. Mas también hoy somos los cubanos mucho más conocedores del mundo exterior que hace cuarenta años. Y podemos mirar más lejos y en más de una dirección...

Tal ha sido, desgraciadamente para los latinoamericanos, la forma que la sabia naturaleza utilizó para hacer que pudiésemos conocernos y entendernos mejor, y así poder establecer las relaciones personales que luego nos ayudarían a desarrollar nuestros países. Relaciones que, luego de establecidas a nivel personal, generaron otras tan productivas en el comercio, el deporte, el arte, etc.

Gran ejemplo de tal crisol de pueblos es hoy este Miami tan internacional, donde cubanos, nicaragüenses, colombianos, venezolanos y tantos otros trabajan juntos en esta ciudad que algunos ya llaman ``la capital de América Latina''.

Es triste, pero debemos reconocer que esta positiva interacción interamericana que hoy existe ha sido la involuntaria función social de nuestros odiados dictadores...

Profesor adjunto de estadísticas, Syracuse University.

© El Nuevo Herald

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